16 de abril de 2011

A la velocidad de la luz

Ayer pensaba qué innecesarias algunas actitudes, ciertas miradas de la realidad. Todo pasa tan rápido, que pareciera no dejar huella. Y debo admitir que, al menos yo, soy cómplice y gestor involuntario de eso. Los días vienen y van, pero ¿qué queda? No tengo buena memoria para ciertas cosas, y debo admitir que me pasan por enfrente muchas maravillas que se diluyen en el frenesí de la vida. Pero ¿no estamos todos más o menos en la misma? La velocidad, lo superficial, éso me preocupa. Me preocupa porque es una realidad desde muy jóvenes, no la consecuencia de andar los caminos. Éste es un espacio catártico, quizá no es el mejor lugar para exponer ciertas cosas, pero constituye lo que yo llamo "los gritos en el silencio". 
Aunque no sea fácil creerlo, es bastante jodido ser joven hoy. Abrir los ojos ante una realidad que requiere una templanza que al menos yo no tengo. Pero no es difícil porque sí. Es difícil porque todo tiene que ser rápido y perfecto, y me vengo creyendo ese discurso desde muy chiquito. Hay ira, sí, y mucha. Hay mucho que resolver, y el sólo pensarlo estresa. ¿Se puede disfrutar de la etapa rosa de la vida así? La respuesta es simple: NO. Entonces me encuentro buscando el por qué de todo esto.

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