Mi psicóloga, a la que frecuento semanalmente, siempre me aconseja que no vea la vida como una lucha, como una batalla, porque no lo es. ¿Y qué es entonces? Bueno, dejemos ese debate a la filosofía, porque todavía nadie ha podido responder definitivamente a eso. De todas formas me alegro que no sea una batalla, porque la base de las batallas está en la victoria, y en la vida no hay que ganarle a nadie. Al menos no creo que sea una forma grata de ver las cosas.
Algunas personas cercanas a mí sí ven su vida como una lucha, una pelea contra un monstruo cuya identidad no conocen (o parecen desconocer), pero los entiendo. Las frustraciones y temores forman monstruos sobre cada uno, nuestros pequeños y grandes monstruos. Esos son los verdaderos fantasmas, jamás dejan lugar a una tregua. Y quizá sea natural que en estos momentos haya empezado a cruzárme con los míos, porque siempre estuvieron pero hace un tiempo que han comenzado a revelarse. Y les gusta aparecer cada tanto, aprovechando que TODAVÍA no he podido enfrentarlos a todos.
Me gusta y reconozco tener cierta facilidad para revelar los fantasmas ajenos, o al menos comprenderlos. Pero siempre es muy diferente con los propios, porque te llevan a enfrentarte con vos mismo, con tu orgullo, con tu autoestima, con tus bases. Y ahí sí es una batalla, pero totalmente autodestructiva. Por eso, si dos grandes estrategas como Brown y Nelson se unieran para buscarle una salida al combate, seguramente dirían esto: "hay que dar vuelta los cañones para que no apunten más en contra, sino directamente al enemigo". O, traducido, enfocar la energía en enfrentar los fantasmas, no en autocriticarse y tirarse abajo. Y ahí es a donde todos debemos apuntar, con calma.
Porque como ya había dicho alguna vez, las mejores cosas que te pueden pasar se gestan con el tiempo.