26 de septiembre de 2010

Un bel di, vedremo...

Estamos en guerra, contra un enemigo desconocido. Lo único que se sabe de este adversario es que hiere y mucho. No hay armas, solamente palabras. No hay promesas, sólo no-hechos. Se lo escucha cada vez más cerca, sacar sus garras y gritar en la noche, que cae infinita. No se entiende qué es lo que dice, habla una lengua extraña, posiblemente no humana. Hay una única persona que habla ese idioma, pero hoy no existe. Nunca existió, pero se erigió en mito con autoridad, con el imperio de la fuerza. A lo lejos, las pisadas de este monstruo hacen temblar el suelo, incluso hasta aquí. Por estas tierras sólo se conoce al miedo como respuesta a su avance imparable. No sabemos si llegará hasta aquí mañana o pasado, pero sí llegará. Entonces me podré el casco y tomaré la única espada que queda, y avanzaré, es lo único que me queda. Otros correrán, pero el atletismo nunca fue lo mío. Y no me arrepiento. Caeremos, pero él también lo hará. Entonces lo que reste de la historia será para nuestros descendientes. Nuestra tarea es pasar como fantasmas, como sombras. Maldito karma de nuestra existencia, no tenemos ni pan ni rosas, sólo agua. Cuando la última espada haya sido ceñida, silencio. Silencio frío. No hay más respuesta que esa. Entre un fino hilo de humo sobresalen ellos, los del mañana. Fuimos ciegos, no hemos visto. No vi. No importa, un buen día, veremos...

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