16 de septiembre de 2010

El amor es una economía (2º parte)

Hoy se me ocurrió que podría ser interesante continuar con la entrada del 29 de agosto que dice que el amor es una economía. Es una idea que merece ser explayada en diversas publicaciones, y esta es la segunda de esa serie que prometo continuar próximamente. No hay en mí ninguna intención de enfriar los calores de verano que provocan esos amores, pero sí dar una perspectiva distinta de la habitual sobre un tema históricamente muy resonante, como es todo lo que atañe a Cupido (y a Venus indefectiblemente). En esta segunda parte planteo un clásico de debate en el universo masculino, que pasaré a llamar "desequilibro de demanda intergenérica". Suena muy complejo, pero ésta es una muestra más de cómo pueden complicarse cuestiones en realidad sencillas y cotidianas. Este desequilibrio que menciono es el que reza que a las mujeres les es más fácil conseguir hombres, que a los hombres mujeres. Y quizá encontremos la respuesta a esta teoría seudo-machista en una breve pero concluyente palabra: "depende". ¿De qué depende? De la persona a la que nos refiramos, obviamente. Comento esto porque me habían planteado el caso de que ellas son mucho más complejas o "quisquillosas" (como decimos comúnmente) que ellos a la hora de elegir a quién abrirle las piernas. Obvio, tiene una simple razón de ser, y es que ellas sí corren el riesgo de quedar embarazadas, y deben garantizarse que sea con el tipo menos mogólico posible, no sea que queden solas a cargo de la prole. Y es que en realidad muchísimas veces terminan eligiendo tremendos salames y se arrepienten. ¿Acaso nosotros no hacemos lo mismo? Y acá entra en juego la economía. 

Es un tema de oferta y demanda, o de marketing mejor dicho. Una empresa o unidad económica vende productos, y para lograr la mayor cantidad de ventas posibles utiliza una estrategia denominada marketing. La idea del marketing es convencer al cliente de que debe adquirir el producto en cuestión, de que le conviene hacerlo. Y es probable (aunque no me atrevo a afirmarlo) que como cliente, el hombre es menos exigente que la mujer, es decir se convence más fácil de que debe adquirir cualquier "producto/mujer", y es por eso que a ellas se les hace más fácil, lo cual no implica que no sea un tema complicado para ambas partes. Digo esto porque sino ellas quedan como unas forras y en realidad no es así. Es más probable que nosotros metamos la pata en estos temas que ellas, porque históricamente somos más arriesgados, aunque hoy en día no sea ya tan así. Estamos sumergidos en una cultura del zapping, todo rápido y de calidad. Por eso ya (casi) no hay parejas estables que duren. La juventud, señores, no es tan fácil y hermosa como antes. Sin llegar al extremo de los que tienen que mantenerse por sí solos o los que deben evadir el calvario de una familia deshecha, los adolescentes escapan a su baja autoestima muchas veces "vendiéndose" de la manera que sea con tal de ser "adquiridos". Y no hay necesidad de incluir cuestiones amorosas en esto, todos nos vendemos de cierta forma, para ser integrados, considerados, valorados o respetados. Pero el adolescente promedio no considera los riesgos. Los resultados están a la vista.

Pero, ya terminando este tema y sin perder el eje de la publicación, puedo destacar una cosa. El parámetro que cada persona use para elegir a otra (para lo que sea) es en definitiva una forma de reflejarse uno mismo en su elección, ya que cada uno tiende a elegir a alguien que forme parte de sus expectativas, y en esa elección se reflejan cuestiones internas propias. Pero la psicología no ofrece ayuda a nadie en el mundo real, porque no va a venir Freud a dar clases sobre "marketing personal". Reconozco que puede sentirse fea la exclusión, el no caber en las expectativas ajenas o decepcionar, pero quizá es una simple cuestión de evolución o incluso tiempo para ver cambios favorables en nuestras "finanzas", porque siendo que el amor es como la economía, estas también tiene una ley: luego de un período de estancamiento o retroceso económico, se produce un rebote que lleva a una recuperación. Como los árboles que se podan para llegar fuertes al verano. Pero el verano todavía no llegó.

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