11 de septiembre de 2012

Conectate

Hace tiempo que se daba un debate, que pareciera estar hoy apagado. La pregunta es sencilla: ¿nos conecta la tecnología? Como estudiante de Sistemas, la frialdad de esa disciplina puede ser bastante alienadora, el ser humano es profundamente cálido y eso no es precisamente lo que caracteriza a las máquinas. No obstante, pareciera que con el paso del tiempo hemos reemplazado el contacto, el diálogo más sencillo, con pulsaciones de teclado e imágenes formadas por píxeles. Y qué pena da, porque es ahí donde la gente, cada vez más lejana, más enmascarada, olvida lo que se sentía estar o que estuviera. Ella, él o quien sea, no importa. El universo de cada uno no tiene sentido si no hay alguien más ahí, cumpliendo el rol que cada uno quiera (o pueda) cumplir.

Aunque parezca que algún aparato de silicio y carbono ha podido reemplazar la voz más delicada del otro lado del tubo, lamento discrepar. Seguimos surgiendo de un cobijo de 9 meses como desde hace miles de años, sin cambio alguno. Eso no cambiará. Soy de los que se niegan a subirse al mundillo Facebook, esencialmente porque a eso hay que dedicarle tiempo, un tiempo que debería estar utilizando mejor y no pienso malversar con más teclado. No es el medio lo que importa, sino quién está del otro lado, tirando un lazo. Pero, pese a ello, ni toda la videoconferencia tridimensional del planeta puede reproducir la magia de un abrazo o la calidez de un beso. Y quién te dice que los japoneses inventen algo en ese sentido, de hecho algo así ya han venido haciendo. Y lo que menos les envidio es esa soledad que parecieran parecer entre tanto cable. 

Seguramente, muchas familias separadas por la distancia de la emigración o el exilio le deben mucho a cosas como Skype, ni existe la remota posibilidad de comparar la soledad y el desconcierto de un italiano o español llegado a la Buenos Aires de principios de siglo con el desarraigo del chino que comercia a cuatro cuadras de acá. Uno trata, como huésped, de ser un país que no cierre las puertas. Pero quién podrá calmar la distancia, esa que a muchos les cierra la garganta más de lo que quisieran. Y por eso es triste cómo la distancia no se cura del todo si quien uno necesita no está ahí.

Y qué envidiable es la paz de los que saben que no van a volver a verl@ y aún así dejan ir. Porque es mejor, porque no hay opción. Entonces uno entiende que no hay que perder el tiempo, que hay que conectarse ahora antes que sea tarde. Pero en serio, ¿tan fácil es? Qué buen negocio resultó, sino, darle a la gente la posibilidad de que se conecte sin siquiera saber, en muchos casos, con quién. Entonces, en estos días primaverales, tan preciosos, no me da ninguna gana de mirar la pantalla, sino de mirar al celeste de arriba, mejor bien acompañado, creyendo y haciendo posible que vengan grandes momentos. Y aunque fuera una utopía, pero este mundo surgió de lo que muchos creyeron que eran utopías. 

Por eso mi respuesta es NO: la tecnología comunica, no conecta. No nos transporta ahí al lado donde está él o ella. Seguramente que acerca, pero en definitiva, como dijo alguna vez Confucio, por muy lejos que el espíritu vaya, nunca irá más lejos que el corazón...

Desvaneciendo las distancias...

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